“El hombre que pudo salvar el Titanic”, de Emilio Calle (ed. Martínez Roca, 2010) es una novela emotiva y perturbadora, que narra el alegato final de Stanley Lord, el capitán del “Californian”, al que todos acusaron de negligencia y de dejar morir a más de 1.500 personas.
El título del libro puede provocar que te preguntes, ¿otro libro más sobre el “Titanic”?, ¿es que no se ha contado todo ya sobre la tragedia? Son preguntas lógicas, pero déjame que te advierta que este libro ofrece una nueva perspectiva sobre el hundimiento del Titanic que nos sitúa ante una novela original, que se desarrolla a ritmo de thriller, bien narrado y con un personaje que nos emocionará con su grito de angustia y su lucha por limpiar su nombre.
En el año 1962, 50 años después de la fatídica fecha del 14 de abril de 1912, el capitán Stanley escribe un diario destinado a su difunta esposa Mabel. Stanley vive retirado, atormentado por los fantasmas del pasado y repudiado por el mundo, ya que todos le señalan como “el hombre que pudo salvar a las más de 1500 personas que murieron en el Titanic” y no lo hizo, acusándole de negligencia.
En la narración el capitán cuenta los momentos previos a la tragedia y todo lo que sucedió cuando regresaron a tierra, con los juicios y el comienzo de una pesadilla que terminó en el desprecio público y la destrucción de su buena reputación como capitán. En este diario, Stanley desvela un dato que nadie quiso investigar ni tener en cuenta en los juicios, la existencia de un tercer barco fantasma, que resultó perturbador para la tripulación del “Californian” y que pudo ser clave en la sucesión de los hechos de aquella noche. También asistiremos a la presentación de los ayudantes de Stanley, señalando su responsabilidad en los acontecimientos.
A lo largo del diario el capitán plasmará su impotencia, la indefensión a la que se vio sometido por una sociedad que comenzó una caza por buscar un culpable. También se desvela la existencia de un extraño personaje llamado Phillwood que conoce información comprometida sobre la catástrofe y que nos adentra en la lucha de intereses entre la compañía y las aseguradoras que se convirtió en prioritaria frente a la búsqueda de la verdad.
Stanley ha intentado rehacer su vida, pero sigue atormentado, frustrado porque nunca fue juzgado con garantías legales, sintiéndose “en una prisión tan grande como este universo. Tras unas rejas forjadas con palabras más resistentes que el acero”. Pero también lucha contra su propia conciencia, contra los remordimientos, la sensación de que siempre consideró al Titanic como un barco maldito, fruto de la prepotencia, sin saber que “la maldición del Titanic no solo recaería sobre los que navegaban en el barco. También tenía pasajes reservados para los que no iban a bordo”.
Esta novela da voz al acusado y le da la oportunidad de defenderse, después de cargar toda su vida con una culpa que no le pertenece. Además de asistir a la lucha de un hombre por conseguir la redención, aún sintiendo que no podrá alcanzarla, comprobamos también el comportamiento implacable de una sociedad que actúa sin piedad, buscando rápidamente héroes y villanos, sin dejar lugar a otra opción. El linchamiento público del capitán Stanley debe hacernos reflexionar, porque situaciones así se siguen dando y, como comprobamos en la novela, las consecuencias para la víctima suelen resultar trágicas.
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