La novela policíaca española tiene un nuevo héroe diferente, no es un policía, tampoco un guardia civil ni un detective privado, es Manuel Artacho Henz, psicólogo forense protagonista de “Lo que tarda en morir un idiota” de J. M. Aguilar (ed. Suma de la letras, 2009). El autor del libro es también psicólogo forense y su experiencia profesional queda reflejada en la novela.
Luis Garoso, fiscal de la Audiencia Provincial de Sevilla pide ayuda a Manuel. Han encontrado el cadáver de un abogado. Alguien le había perseguido durante un buen trayecto y le abrieron el vientre con un cuchillo. Pensaron que era un robo, pero encontraron el maletín intacto en una papelera y desecharon la idea inicial. La policía está desconcertada, no sabe cómo llevar la investigación. La única pista es el testimonio de una mujer que pudo ver al agresor y distinguir un tatuaje en su cuerpo, que podría ser el emblema de una asociación o hermandad o un símbolo esotérico.
La historia nos adentra en el violento mundo de las bandas latinas que tienen su origen en los barrios pobres de los países americanos y cuyas redes se extienden hasta nuestro país.
Pero, además de la historia principal, una parte muy interesante del libro son los casos secundarios que el psicólogo está realizando y que nos ayudan a entender el fascinante trabajo de los psicólogos forenses. Manuel utiliza los cuestionarios para lograr un perfil de la personalidad. Estos perfiles intentan encontrar patrones de conducta que ayuden a definir al autor de un crimen, pero los años de profesión “le habían convencido de que jamás una prueba psicométrica alcanzaría la agudeza de una penetrante y entrenada capacidad de escucha y empatía humana.”
La profesión del protagonista nos permite acercarnos al mundo criminal de forma diferente a la habitual. El autor se adentra en la mente de los asesinos, trata el delicado asunto de la responsabilidad criminal, se detiene en la extraña fascinación del hombre por la violencia y abre nuestro interior para descubrir con horror la maldad innata en el ser humano, una maldad que “entra en nuestros santuarios de la vida cotidiana sin que advirtamos la más mínima señal”.
Las conversaciones de Manuel con Marcelo, un paciente con trastorno paranoide de la personalidad, son dignas de mención. El psicólogo ha conseguido establecer una relación de respeto que es el único lazo que el paciente mantiene con el mundo que le rodea. Esta relación permite que Marcelo se sincere y confiese que cree que no le interesa a Dios y que se ha olvidado de él en su plan divino. Cuando leí estas palabras recordé lo que el mismo Dios dice en Isaías 49:16 “Grabada te llevo en las palmas de mis manos”.
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