domingo, 4 de marzo de 2012

En el jardín de las bestias

En el jardín de las bestias (ed. Ariel, 2012) del escritor Erik Larsson es un excelente reportaje histórico, una obra de no ficción que narra las vivencias del embajador estadounidense en Alemania, William E. Dodd, y su libertina hija Martha, en el Berlín de 1933, “una ciudad que vivía una de esas encrucijadas en que la realidad supera a la ficción”.


El libro se lee como si fuera un thriller política o una novela de espías, por lo que no es de extrañar que en Estados Unidos haya vendido más de 500.000 ejemplares y Ton Hanks haya comprado los derechos para llevar la historia al cine.

El autor aclara al comienzo de la obra que no estamos ante una historia protagonizada por héroes, sino por “gente complicada moviéndose en una época complicada, antes de que los monstruos revelasen su verdadera naturaleza”. Su propósito es revelar aquel mundo “a través de la experiencia y las percepciones de mis dos personajes principales, padre e hija, que al llegar a Berlín se embarcaron en un viaje de descubrimiento, transformación y, finalmente, de la congoja más profunda”.

El libro comienza con George G. Mesersmith, cónsul norteamericano en Berlín, esperando con impaciencia la llegada del nuevo embajador, puesto que estaba costando cubrir al nuevo presidente Roosevelt. El cónsul asistía con preocupación a la evolución de un país que Hitler estaba preparando “para una guerra de conquista en secreto y de la manera más agresiva”, pero se encontraba con la incomprensión desde su país, "poco preocupado por los derechos humanos y la suerte de los judíos, a los que responsabilizaban, al menos en parte, de sus propios problemas”.

El cónsul estaba convencido de que el próximo embajador debía ser un hombre fuerte y decidido para luchar en un torbellino de brutalidad, corrupción y fanatismo, pero se encontrará con William E. Dodd, diplomático por accidente, Jefe del Departamento de Historia de la Universidad de Chicago, que llega a Alemania convencido de que “a través de la razón y del ejemplo tenía que ser capaz de ejercer una influencia moderada sobre Hitler y su gobierno y, al mismo tiempo, ayudar a desplazar suavemente a Estados Unidos desde su rombo aislacionista a un mayor compromiso internacional”.

Dodd, de 64 años, llega a Berlín acompañado de su mujer y sus dos hijos, Bill y Martha, una joven lista, coqueta y guapa, de vida licenciosa, una fresca que rápidamente se introduce en los círculos sociales de la ciudad hasta que, de amante en amante, llegar a relacionarse con los más altos dignatarios nazis.

Martha se convertirá también en protagonista de la historia, primero con su visión idealista de los nazis, justificando sus acciones y negándose a aceptar la realidad, para después descubriendo horrorizada su verdadera naturaleza.

A la vez iremos conociendo los sufrimientos de Dodd, convencido de la bondad del ser humano y creyendo en “la racionalidad innata de los hombres y en que prevalecería la razón y la persuasión, particularmente con respecto a detener la persecución nazi de los judíos”. El libro narra su primer año como embajador, señalando sus esfuerzos por cumplir su misión mientras los nazis iba imponiendo sus leyes restrictivas y crecía su opresión social y política. Sus esperanzas de tratar con hombres civilizados y coherentes, se verán frustradas al descubrir que el gobierno de Hitler no era ni civilizado ni coherente.

En el jardín de las bestias es una llamada de atención ante la impasibilidad frente a las injusticias y atropellos de derechos. Resulta indignante comprobar cómo el Departamento de Estado americano tenía poco interés en los desmanes nazis y su principal preocupación era la enorme deuda con los acreedores norteamericanos. Mientras tanto, “dentro de Alemania se había puesto en marcha una rueda que conducía al país inexorablemente hacia un lugar oscuro”. Esperemos que no volvamos a cometer los mismos errores…

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1 comentario:

Marian dijo...

Curioso libro que dá su versión del asunto nazi desde otra perspectiva, la de aquellos que vieron pasar la injusticia delante de sus narices y no hicieron nada.
Besos