“Los sauces de Hiroshima”, de Emilio Calderón (ed. Planeta, 2011) es un thriller que se desarrolla en dos épocas diferentes, los años 1954 y 1969, pero con un denominador común, un país que intenta escapar de sus propios fantasmas, como víctima y verdugo, de la Segunda Guerra Mundial.
El autor cierra de esta forma lo que ha denominado “la trilogía asiática”, tres novelas independientes en sus historias, pero que tienen como escenario los tres países más influyentes de Asia: “El Judío de Shanghai”, China; “La bailarina y el inglés”, India y, finalmente, “Los sauces de Hiroshima”, ambientada en Japón.
La novela tiene como eje principal unos asesinatos cometidos en el año 1954, “los crímenes del expreso Golondrina”. Ocho supervivientes del holocausto nuclear aparecen asesinados en el tren que hace el trayecto entre Osaka y Tokio. El encargado de la investigación es el inspector Ichiro Abe, de la Policía Metropolitana de Tokio.
Ichiro se da cuenta de que se encuentra ante un caso complejo, de difícil resolución. La posterior aparición de los cuerpos de los cuatro asesinos en un hotel de mala reputación provoca que las autoridades den el caso por cerrado, a pesar de los múltiples puntos oscuros de la investigación y de las preguntas que quedan sin respuesta relacionadas con una enigmática sociedad secreta.
El inspector, un hombre religioso y de honor, se niega a seguir el juego a las autoridades, sabedor de que quieren pasar página cuanto antes debido a la identidad de las víctimas, pertenecientes a los llamados “atomizados”, personas despreciadas y estigmatizadas por la sociedad.
Poseedor de un sentimiento moral de la existencia y sintiéndose en deuda con las víctimas, deja el cuerpo de policía para convertirse en detective privado en la ciudad de Hiroshima. Sacrifica su carrera para encontrar a los responsables de las muertes y dar respuesta a una inquietante pregunta, ¿qué es y quienes están detrás de la Sociedad del Hongo?
Con un pasado traumático por la muerte de su mujer y de su hijo, el inspector comenzará una nueva vida en Hiroshima, se enfrentará a sus fantasmas y se adentrará en una investigación que parece llevarle a un callejón sin salida, pero que cambiará su vida.
En la segunda parte de la novela, en el año 1969, dos personas se cruzarán en la vida de Ichiro para cerrar un episodio que ha marcado su existencia. Por una parte, Elle Bartlett, profesora de la universidad de Harvard que cumple 34 años y pierde a su padre de un infarto el mismo día que el hombre llega a la luna.
Elle hereda una enorme suma de dinero de su padre, con un origen sospechoso que podría estar relacionado con la participación de su padre como psiquiatra en el Proceso de Tokyo, donde fueron enjuiciados los principales criminales de guerra japoneses. Viajará a Japón para averiguar la verdad y hacer justicia.
La tercera persona en discordia será Ryo Watenabe, superviviente de la bomba de Hiroshima que acaba de heredar un imperio industrial. Ryo es miembro de la Sociedad del Escudo, un ejército privado ultranacionalista organizado por el escritor Yukio Mishima, que preconiza la recuperación de la dignidad nacional y exalta la muerte violenta como expresión de la belleza suprema. Ryo acude al inspector Ichiro Abe para que le ayude a reconstruir el pasado de su familia muerta tras la explosión nuclear. En Hiroshima, los tres personajes unirán sus caminos que les llevará hacia un incierto final.
La novela, además de la interesante intriga policial, nos hace reflexionar sobre las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, tanto por parte del ejército japonés como del americano. Destaca la descripción de una sociedad japonesa que despreció a las víctimas de los bombardeos, creando una casta de estigmatizados, los “atomizados”.
Creo que la problemática social reflejada en la novela es un fenómeno común en todas las sociedades, que desarrollan una especie de “anestesia psíquica o defensa psicológica que les permitía no identificarse con aquellos que habían sufrido”, en este caso, los ataques nucleares. Prevalece la conveniencia frente a la justicia, algo que provoca que el protagonista decida abandonar la policía y aislarse de una sociedad que “había creado un nuevo sistema ético, donde no tenían cabida los hombres que, como él, asumían las consecuencias de sus actos de forma honorable”.
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