jueves, 13 de agosto de 2009

SEMANA DEL CRIMEN (IV): Memorias de un antropólogo forense

“Para mí, todos los días son vísperas de difuntos. He mirado a la muerte a la cara en innumerables ocasiones, y he sido testigo de todas sus macabras manifestaciones. Para mí, la muerte no es un terror nocturno sino un compañero de día, una situación familiar, un proceso que obedece a leyes científicas y que puede ser sometido a investigaciones especializadas”

La vida del doctor William R. Maples, antropólogo forense, supera con creces la mejor serie de ficción. El relato de sus mejores casos aperece en el libro "Los muertos también hablan", haciendo que incluso el gran Grissom empequeñezca ante la figura del doctor Maples.

El autor fue conservador del Museo de Historia Natural de Florida, donde ejerció la antropología forense. En 1991 fundó el C.A. Pound Human Identification Laboratory, con el objetivo de descubrir la verdad y hacer justicia a los asesinados. “He visto cómo los diminutos huesos de un bebé asesinado se ponían de pie en el juzgado y aplastaban a un temerario e implacable asesino”. Además, “la ciencia de la antropología forense, debidamente aplicada, es capaz de resolver enigmas históricos y de ahuyentar pesadillas que han intrigado a los académicos durante siglos”.

Tuvo oportunidad investigar los restos del presidente Taylor, de Francisco Pizarro, del Hombre elefante, el zar Nicolás II, etc, para aclarar las causas de sus muertes. Pero no sólo ha investigado casos famosos, “A mí, el esqueleto humano sin nombre ni carne me basta para maravillarme”.

Narrado en primera persona, el autor nos hace viajar hasta su infancia y juventud para encontrar las raíces de su pasión por la antropología forense. Lector precoz, se crió en una casa llena de libros, para él “leer era algo casi tan natural como respirar”. Su cultura literaria queda reflejada en las constantes referencias a episodios y personajes históricos y obras literarias con la Biblia como protagonista.

En su laboratorio se encuentran esqueletos completos o fragmentarios de personas que esperan su turno para la identificación o para ser “testigos” en el juicio de sus asesinos. El autor compara estos huesos a los de la profecía del "valle de los huesos secos" que aparece en el capítulo 37 del libro de Ezequiel, “se vuelven a soldar, se cubren nuevamente de carne, exhalan aliento y al final se ponen en pie como huestes vivientes de seres humanos”. Se convierten en un tesoro, no por su valor económico, sino porque son insustituibles desde el punto de vista legal, son pruebas potenciales para los juicios.

El autor relata sus investigaciones con un toque de humor y con constantes referencias a episodios históricos. La narración consigue que entremos en la atmósfera del laboratorio y aspiremos el olor a pudedumbre, pero eso no impide que asistamos fascinados al relato de episodios increíbles, excepcionalmente narrados, que superan con creces la mejor serie de ficción.

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