Editorial dÉpoca continúa ofreciéndonos joyas clásicas, especialmente destacables las que encontramos en el sello Misterios de Época, con el que nos acercan a los fascinantes orígenes de un género policíaco que tantas alegrías nos ha dado y sigue haciéndolo en la actualidad.
El crimen de Orcival, de Émile Gaboriau es el título con el que nos invitan a disfrutar de otra lectura muy entretenida a la vez que reveladora sobre mucha de las claves que nos ayudarán a comprender algo mejor los inicios casi novelescos del género. En esta ocasión vamos a descubrir la figura de otro de los padres del género y un personaje que será el primer policía profesional de la literatura.
Como siempre, el libro se presenta con un formato y una encuadernación de lujo, cuidado todo al detalle, con un gusto exquisito que envuelve toda la obra. Pero lo más jugoso lo encontramos en su interior, comenzando con un prólogo cuya lectura se convierte ya en todo un disfrute, invitándonos su autor a realizar un viaje inolvidable por los principales autores y obras que fueron detonante de una explosión literaria cuya onda expansiva llega hasta el día de hoy.
De forma muy clara y concisa realiza una exposición sobre las diferentes tesis del origen de la novela policíaca, deteniéndose en los defensores de la literatura francesa como germen del género. Y es aquí donde nos sorprenderemos con los datos aportados y descubriremos qué relación tuvo Napoleón con el éxito de este tipo de novelas en la sociedad francesa de finales del siglo XIX.
Dentro de esta teoría el autor que se convierte en foco de atención es Emile Gaboriau, un periodista de sucesos y de los tribunales que publicó su primera novela en el año 1866, inspirándose en los casos investigados. Nace así El caso Lerouge, donde el detective aficionado Tabaret pone en evidencia al inspector Grevol y, a su vez, instruye en sus métodos a un joven policía, Lecoq, para que así los lectores puedan aceptar a un policía como futuro protagonista de sus posteriores novelas.
En la siguiente novela, El crimen de Orcival, el protagonista es ya el inspector Lecoq, que continuó sus investigaciones en «El dossier 113» (1867), «Los esclavos de París» (1867-1868) en dos tomos: «El chantaje» y «El secreto de la casa Champdoce», y «Monsieur Lecoq» (1868-1869) en dos tomos: «La encuesta» y «En el honor del Nombre».
La novela comienza con dos cazadores furtivos que se encuentran el cadáver de la condesa de Trémorel en los terrenos del Castillo de Valfeuillu, situado en Orcival, una de las aldeas más deliciosas de la periferia de París. El hallazgo revoluciona al peculiar juez de paz y a un alcalde escandalizado por una tragedia a la que no están acostumbrados en un municipio donde nunca se había cometido crimen alguno. Todo será aún más desconcertante cuando sospechen que el conde también ha sido asesinado, aunque no aparezca su cuerpo.
Cuando la policía local cree haber cerrado el caso entra en escena el inspector Lecoq, enviado por la Prefectura de la policía, un hombre que no despierta el entusiasmo de los locales, con un vestuario tan insignificante como su persona, y un rostro que era una mezcla a partes iguales de “timidez, suficiencia y satisfacción” y en el que resultaba “imposible otorgar una pizca de inteligencia”. Nada más lejos de la realidad como pronto descubrirán.
Y es que Lecoq es “un investigador caracterizado por su constante uso del método científico”, una mente prodigiosa que utiliza la deducción y los últimos métodos de investigación para buscar la verdad entre conspiraciones, suposiciones, sospechas, mentiras, chantajes, enigmas, pistas, documentos secretos, celos y adulterio.
El crimen de Orcival tiene muchos ingredientes para cautivarnos: una historia que engancha de principio a fin, una intriga que mantiene el interés a lo largo de toda la narración y una trama con el aroma clásico pero que no ha envejecido y sigue siendo actual porque el mal sigue manteniendo su esencia en la naturaleza del ser humano. Pero, por encima de todo, destaca la figura de un personaje plagado de matices y es que estamos ante el reflejo literario de un personaje real fascinante: Eugène-Fraçois Vidocq.
La vida de Vidocq es digna de una novela, como se desvela en el prólogo, un criminal redimido que se convirtió en el primer detective de la historia y en todo un mito en Francia y en la referencia para el nacimiento del género policial. Gaboriau conocía bien sus Memorias y se inspiró en su persona para construir un personaje que resulta todo un acierto y situando a su autor en el Olimpo de los escritores policíacos.
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