domingo, 24 de agosto de 2014

El puerto del nuevo mundo

El puerto del nuevo mundo, de Xulio R. Trigo (ed. Temas de Hoy, 2012) parte de un episodio histórico, la construcción del puerto de Barcelona, para ofrecernos una historia de aventuras y amor, además de una gesta de superación personal.


En el año 1477, la ciudad de Barcelona se encuentra sumida en una crisis económica y social. Es uno de los centros comerciales más importantes del Mediterráneo, pero no dispone de un puerto seguro como sus competidoras: Valencia, Génova, Palermo o Venecia. Todos los intentos para construirlo han fracasado. El Consejo de la ciudad decide poner fin a las dificultades de las naves para fondear en la playa de Barcelona y contrata al reconocido ingeniero Stassi de Alejandría, que ha resuelto con éxito casos parecidos.

La construcción del puerto resultará una empresa casi imposible, dificultada por la climatología y la estabilidad del terreno. Alrededor de la obra, descubriremos a una serie de personajes que protagonizan varias historias que se alternan en la narración y que completan una novela que se lee de forma fácil y amena.

Stassi llega a Barcelona convencido de que volverá a tener éxito como en sus anteriores empresas, pero los obstáculos y dificultades que encontrará provocarán que le cueste ganarse el afecto de los habitantes de la ciudad. En el proyecto, contará con la ayuda de Lluís Esquiva, cartógrafo que se había ganado un gran prestigio en las cortes de Palermo y Florencia. Apasionado por los sabios clásicos y convencido de que su legado podía cambiar el mundo, suplica Stassi que le deje acompañarle, esperando llevar a cabo un plan secreto que no ha compartido con nadie. El equipo de Stassi se completa con el capataz, Andreu Roqueta, su contacto con la población barcelonesa, un hombre pendenciero, borracho, maltratador y cruel.

La construcción del puerto contará con otro obstáculo difícil de sortear, la oposición del padre Cardoso, monje archivero del convento de Framenors, fundamentalista y radical, que se opone a la obra al considerarla fruto de la avaricia y la vanidad del hombre.

En medio de las vicisitudes que vivirán estos personajes, descubriremos al protagonista principal de la novela, Marcel Roqueta, hijo del capataz de la obra. Con una enfermedad de corazón que le impide realizar esfuerzos físicos, asiste como espectador al día a día de la ciudad, observando a los viajeros que llegan a la ciudad y atendiendo a cada entrada y salida como si le hubiesen nombrado su vigilante.

De forma casual, Marcel entabla amistad con el cartógrafo Esquiva que compartirá con él sus sueños y le invitará a vivir una aventura apasionante, en la que se enfrentará a múltiples peligros, como salteadores de caminos y la propia Inquisición, necesitando de toda su astucia e inteligencia para sobrevivir. Marcel, además, se debatirá entre dos amores. El de Teresa, una pelirroja de origen campesino que lucha para liberar a su hermano, injustamente encarcelado, y el de Arsenda, la hija de un panadero de Montblanc, una joven lista y salvaje que ama sus montañas por encima de todo. Teresa será otro personaje clave de la trama y protagonizará los episodios más duros de la historia.

Estos son los ingredientes de una novela con múltiples historias secundarias que confluyen en el personaje de Marcel, alma de la historia. Junto a él descubriremos el poder de los sueños y de la ilusión, cuya fuerza “no tiene límites ¡Es capaz de conseguir cualquier proeza!”. La historia de Marcel es una invitación a soñar, a arriesgarnos en la vida, superar las limitaciones y descubrir que “las grandes aventuras no siempre tienen que ver con la fortaleza física”.

El puerto del nuevo mundo es también la contraposición de dos ideas, por una parte una iglesia que se opone al progreso, imponiendo la superstición y la ignorancia, y por otra la de unos personajes que luchan contra el desconocimiento para conseguir el avance del saber humano. Destaca aquí el prior del convento de Framenors quien, en contraste con el monje archivero, es moderado y abierto al progreso, al considerar que “Dios también se hallaba en los actos de los laicos aunque a menudo resultase sorprendente”. Toda una declaración de principios que asumieron científicos y políticos cristianos que, posteriormente, contribuyeron a sentar las bases del progreso de occidente.

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