“A lo largo del último año he cambiado como persona y como policía..He pensado y he hecho muchas cosas que antes me habrían resultado impropias. Por eso quiero hablar de ello con detalle, para entenderlo yo mismo y para que otros lo entiendan también”.
Éste es el comienzo de la novela, en el que Harald narra en primera persona todo lo relaciona con el caso de “El Cazador”, una serie de asesinatos rituales, en los que las víctimas aparecen desnudas, con los ojos arrancados y con una letra del abecedario grabada en su cuerpo.
Harald tiene 54 años y presume de una larga y exitosa carrera. Es vanidoso y está orgulloso de haber sido el comisario y jefe de investigación más joven que se conoce. En lo personal no todo es tan idílico, viudo desde hace tres años, se siente solo y con remordimientos por haber fallado como marido.
La vida y la carrera de Harald se verán conmocionadas por la aparición de “El Cazador”. En principio, tanto Harald como su equipo creerán que el caso está resuelto, pero todo se complicará y la policía se verá desconcertada. No hay una relación aparente entre las víctimas, por lo que resulta casi imposible encontrar al asesino.
El comisario, para atrapar al Cazador, decide introducirse en su mente, aprender a pensar cómo él, a sentir como él, mirar como él y… a matar como él. El caso cambiará la forma de ser del comisario, porque ha decidido “penetrar en el alma del asesino, buscar en lo más profundo y brillante del núcleo del mal para así lograr apresarlo”. ¿Podrá hacerlo sin que su propia alma se vea afectada?
Esta perspectiva provocará una sensación inquietante en el lector, que se sentirá turbado ante una narración cada vez más oscura y cautivadora. Los cambios del narrador, incluso dando voz a las víctimas, resultarán confusos para el lector, manteniendo el suspense hasta el final, concretamente, hasta la última página…
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