domingo, 6 de diciembre de 2020

De oficio, fiscal

De oficio, fiscal, de José María Mena (ed. Ariel) es “una obra dirigida a todo tipo de lectores con curiosidad por la siempre confusa telaraña de lo jurídico, lo judicial y lo jurisdiccional de la mano de uno de los fiscales más relevantes de la democracia española” .

El autor ha servido en la carrera fiscal durante más de 40 años y recoge toda su experiencia en un libro cuyo propósito no es saciar la curiosidad con datos morbosos y confidencialidades, sino que pretende hacernos reflexionar sobre nuestro sistema judicial. En la introducción ya se nos adelanta que no estamos ante un libro de memorias, sino de memoria, que es “el poso que se va formando, y que finalmente queda, de reflexiones, autocríticas, incertidumbres, y también de convicciones”.

Estamos ante un ejercicio de análisis y reflexión en el que el autor recorre sus 40 años de carrera como fiscal para, de forma honesta y sincera, mostrarnos cómo funciona el sistema judicial español, señalar sus virtudes y defectos y reflexionar de forma profunda sobre el sentido de la justicia y del perdón.

El sistema judicial está formado por personas y eso da lugar a todo de problemáticas y limitaciones por insuficiencias, errores humanos y desaciertos a los que cuales tampoco ha escapado el mismo autor. Si a esto le añadimos la corrupción, la politización de la justicia y la judicialización de la política el panorama resulta bastante perturbador. Ya desde el comienzo de su carrera como fiscal tuvo que aprender que “la incapacidad, la mediocridad, el egoísmo y el servilismo son compatibles con el ejercicio, deplorable, de la autoridad, y que con ellos hay que convivir y lidiar”.

La primera parte del libro nos ayuda a comprender cómo funciona la máquina de la justicia en España, corrigiendo las confusiones típicas producidas por la influencia de las películas judiciales americanas. Se describen las diferentes etapas del proceso judicial y las partes que participan en cada etapa, policía, jueces, fiscales, jurados, abogados y víctimas.

La conclusión del autor es que la máquina de la justicia “es una máquina humana extraña, vieja y complicada, siempre pendiente de renovación y siempre arreglada con remiendos provisionales”, necesita reformarse y para esto resultan esclarecedoras las comparaciones con otros modelos como el alemán “capaces de conjugar las garantías del proceso con el buen orden y la lógica más elemental”, ¡un buen espejo en el que mirarse!

El punto de mira del autor se sitúa después en los usuarios de la justicia, “con más frecuencia de la deseable desinformados, insatisfechos, desconfiados y maltratados” para realizar una reflexión profunda sobre las diferencias entre venganza, retribución y perdón. Esta parte me parece muy interesante y se adentra en el terreno de las consecuencias de vivir instalado en el odio y la venganza y la liberación del perdón, estado en el que la víctima no tiene rencor ni afán de revancha, pero que no detiene la marcha de la maquinaria de la justicia que debe establecer una justa retribución, en la que deben actuar el escarmiento, la reparación y la restitución. El autor pone el ejemplo del futbolista Quini quién perdonó a sus secuestradores, algo que no entendió la opinión pública.

El libro dedica también un apartado a los jueces estrellas y al circo mediático, con las filtraciones y los juicios paralelos en los medios de comunicación. Finalmente, el último capítulo distingue entre dos tipos de delincuentes, los de metralleta y los de moqueta “unos hacen daño con plomo, con violencia física, y otros con escrituras públicas, con sociedades interpuestas, con paraísos fiscales”. A partir de aquí se adentra en temas como la corrupción, las drogas, la prostitución y un amplio apartado sobre violencia juvenil, donde reflexiona sobre si estamos ante una expresión violenta de la frustración insuperable de “materiales, culturales, contraculturales, consumistas, hedonistas, etc”.

Aunque no compartamos todas las reflexiones y conclusiones del autor estamos ante un gran libro, que huye de artificios y grandilocuencias para invitarnos a reflexionar sobre nuestro sistema judicial y sobre nuestra propia naturaleza humana, algo que muchas veces resulta incómodo, pero que siempre es necesario. En definitiva, debemos aprender la lección que él recibió desde su infancia, “que nunca se debe huir y que siempre se debe disponer de razones para todo lo que hacemos o decimos, y saber expresarlas”.

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