sábado, 16 de febrero de 2013

La CIA y la guerra fría cultural

“Un libro puede ser algo tan importante como una batalla”.

La CIA y la guerra fría cultural, de la periodista británica Frances Stonor Saunders (Debate, 2013) es una nueva edición del polémico libro publicado en el año 1999 y en el que su autora nos ofrece una investigación que duró más de 5 años y que muestra con todo lujo de detalles cómo la CIA “infiltró todos los nichos de la esfera cultural durante los años de la posguerra”.


El libro nos sitúa en la época de la posguerra, cuando el mundo comprobó cómo el final de la Segunda Guerra Mundial no supuso la llegada de la paz, sino el comienzo de un nuevo conflicto en el que la Unión Soviética dejó de ser el aliado contra los nazis para convertirse en el enemigo a combatir. Este radical cambio de relaciones con el régimen de Stalin situó a potencias como Gran Bretaña en serios aprietos ya que habían dedicado un gran esfuerzo de propaganda política para ensalzar la figura Stalin y ahora tenían que desmontar las mentiras construidas alrededor de su régimen y en la que habían colaborado muchos intelectuales y escritores británicos que ahora iban a ser reclutados con el objetivo contrario.

Y es que esta obra nos acerca a una guerra diferente, una batalla “por la conquista de las mentes humanas” en la que los bandos contendientes acumularon un arsenal de armas culturales: “periódicos, libros, conferencias, seminarios, exposiciones conciertos, premios”.

Aunque el libro se centra en el papel jugado por el gobierno de los Estados Unidos a través de la actuación de la CIA, la guerra fría cultural estuvo protagonizada por ambos bandos, de hecho fueron los soviéticos los que dieron el primer paso desplegando una batería de “armas no convencionales” para abrirse paso en las conciencias europeas y ablandarlas a su favor. Establecieron una inmensa red de organismos-tapadera que abarcaban todas las esferas sociales y culturales, “sindicatos, movimientos feministas, grupos juveniles, instituciones culturales, la prensa, las editoriales: todos se convirtieron en blanco”. Siendo inferior en el poderío económico y careciendo de las persuasivas armas átomicas, el régimen de Stalin se aprovechó de su maestría en la utilización de la cultura como “herramienta de persuasión política” para ofrecer una imagen negativa de los estadounidenses, extendiendo el cliché de que eran “culturalmente estériles, un país de mascadores de chicle, de inmensos automóviles, de ignorantes prepotentes”.

La respuesta americana no se hizo esperar y, con la supuesta libertad de expresión como bandera, dejaron en manos de la CIA la financiación y creación de un “programa secreto de propaganda cultural en Europa occidental”. Su objetivo era “apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con el concepto americano".

Este programa tuvo como acto central el Congreso por la Libertad Cultural, organizado entre 1950 y 1967 y que extendió sus tentáculos de tal forma que llegó a tener presencia en 35 países y “contó con docenas de personas contratadas, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias internacionales del más alto nivel y recompensó a los músicos y a otros artistas con premios y actuaciones públicas”.

La lista de intelectuales implicados es extensa: T. S. Eliot, Thomas Mann, Nicolas Nabokov, Arthur Miller, Bertrand Russell, etc. Destacan los capítulos dedicados a Hollywood o el que se centra en el papel jugado por la Agencia en el mundo de la pintura con el auge del expresionismo abstracto. El libro nos ofrece todo tipo de datos sobre episodios que parecen sacados de una novela de espías y que demuestran que “muchos de los artistas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX estuvieron implicados, consciente o inconscientemente, en esta operación de limpieza del servicio secreto americano”.

Esta obra nos permite hacer un peculiar recorrido por esta época crucial de la historia del mundo, sumergiéndonos en las cloacas, con un tono muy crítico que nos invita a reflexionar sobre los métodos utilizados y cuestiona la recurrente frase de que “el fin justifica los medios” como carta blanca para todo tipo de actuaciones ilegales.

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